Escribió Calderón de la Barca: “y los sueños, sueños son”, para algunos una simple “ilusión, una sombra, una ficción”; para otros, los sueños, son el impulso que centran su vida y mueve su voluntad al deseo de hacer realidad lo que se anhela, abriéndose paso hacia adelante.
Y aquí estamos nosotros, 300 años después, haciendo nuestro, en Toluca, el sueño que un día tuvo Pablo de la Cruz: reunir compañeros que viviesen en común para anunciar el Evangelio de la Cruz, y para proclamar incansablemente que la Pasión de Jesucristo, es la obra más grande y admirable del divino amor (Cfr. Const. No. 1).
Nuestro fundador: Pablo de la Cruz
La infancia
Nuestra historia como Congregación de la Pasión (Pasionistas) remonta a un hombre, Pablo de la Cruz, quien nació el 3 de enero de 1694, en Ovada, en la región de Génova, Italia. Es hijo de Lucas Danei y de Ana María Massari.
En la etapa de su infancia pocos datos son sobresalientes. Podríamos decir que ésta transcurrió de un modo muy similar a la de sus contemporáneos, sin embargo, los grandes pilares de lo que en el futuro llegarían a configurar su experiencia religiosa fueron construidos en casa. Por el testimonio de una de sus hermanas, sabemos que su madre fue una mujer atenta y delicada en la formación religiosa de cada uno de sus hijos. No podemos negar la influencia de su padre, sin embargo, por los oficios propios del comercio al que se dedicaba, esta tarea recayó en gran medida en Ana María.
Aunque la terminología no es propia de la época, podemos emplearla y señalar que ambos hicieron una auténtica “Iglesia doméstica”, en la que la experiencia de Dios fue transmitida y aprendida.
La juventud: la primera intuición vocacional
El primer momento clave de la vida de Pablo de la Cruz lo encontramos en la etapa de la juventud. Contaba con 19 años cuando ocurre lo que él mismo ha denominado “su conversión a la penitencia”. Ésta ocurrió mientras escuchaba una predicación, tras la cual Pablo toma “la” decisión que iba a configurar totalmente su existencia: movido por Dios, quien siempre tiene la iniciativa, Pablo realiza su opción fundamental: seguirle, consagrándose a él de un modo radical y absoluto.
Esta llamada Pablo la vive como un “deseo” de retirarse a la soledad y a la penitencia para poder vivir dedicado a la oración. El cómo iba a llevar adelante este “sueño” Pablo no lo tuvo claro desde el principio, lo único que sabía era que en él estaba presente el “deseo” de hacer de su vida una búsqueda de la voluntad de Dios para poder cumplirla.
Así, poco a poco tuvo que ir perfilando su intuición vocacional. Inicialmente se sintió movido a alistarse, en 1715, entre los voluntarios que haciendo caso de la llamada del Papa Clemente XI, estaban dispuestos a entregar su vida y morir en la cruzada que buscaba defender Venecia del poder turco. Creyendo que esa era la voluntad de Dios, Pablo respondió con entusiasmo a la llamada, sin embargo, poco duró su estancia, pues comprendió que los caminos por los que Dios le llamaba a transitar eran otros. Además, la situación económica de su familia no le posibilitó cumplir pronto su “anhelo”. Cinco años tuvo que permanecer junto a ellos, pues siendo el mayor, debía asistir a su madre y sus hermanos menores, ya que su padre había muerto.
El inicio de una nueva vida: el año 1720
Pasado este tiempo, y estando un poco más estable la situación en casa, en el año 1720, a los veintiséis años y, siete después de la llamada inicial, Pablo da los primeros pasos que cambiarían radicalmente su vida.
Aquél “proyecto” anidado años tras, por fin podría verse cumplido. Para ello, Pablo se dirigió a su Obispo Mons. Francisco Arboreo de Gattinara, a él le solicitó le concediese el permiso de poder retirarse a la soledad y vivir una vida como ermitaño. El camino no fue fácil. Pablo tuvo que consultar con muchos directores espirituales para poder discernir si lo que sentía era realmente voluntad de Dios o un simple deseo.
Mons. De Gattinara accedió a la petición de Pablo y el día 22 de noviembre le viste del hábito negro de ermitaño. Este día, para todos nosotros, los Pasionistas, es significativo y lo celebramos como el día del nacimiento de nuestra Congregación en la Iglesia.
Porque a partir de allí, Pablo de la Cruz va a establecer los pilares sobre los cuales descansa toda su espiritualidad, la cual nos ha legado a nosotros sus hijos. Ésta quedó reflejada ya desde los primeros momentos de su consagración. Después de la vestición del hábito, Pablo se retira a una experiencia de desierto. La Iglesia de San Carlos de Castellazo es el lugar que será testigo del surgir de un nuevo carisma y espiritualidad en la Iglesia, tal como queda reflejado ya en su Diario Espiritual, en el día primero de los Ejercicios Espirituales, donde escribe: “No deseo saber otra cosa ni quiero gustar consuelo alguno; sólo deseo estar crucificado con Cristo”.
Esta es la idea fundamental y programática de toda su vida.
La Espiritualidad de la Pasión
Y en esta intuición, Pablo también tuvo que ir creciendo y haciéndose cada vez más consciente.
Inicialmente lo que a él le atraía era el deseo de la soledad, a ésto unió la búsqueda de una vida en pobreza, y más tarde creció en él el deseo de reunir compañeros con los cuales compartir la experiencia que él había vivido para transmitirla a sus contemporáneos.
Por eso su vida bien puede ser definida como “la senda de un buscador”. Él buscó cómo responder del mejor modo a la invitación que un día había recibido de Dios para entregarle toda su existencia. Así, la espiritualidad de la Pasión que él legaría a la Iglesia, progresivamente fue ganando terreno en la clarificación de su respuesta vocacional. Ejemplo de ello es el haber emitido en el año 1721 - tras la visita fracasada al Palacio del Quirinal, en aquel entonces, la residencia del Papa, donde buscaba conseguir la aprobación de su estilo de vida – en la Basílica de Santa María la Mayor, el voto de “Dedicarse a promover en los fieles la devoción a la Pasión de Cristo y empeñarse en reunir compañeros para esta misión”. Siendo precisamente este voto el que desde 1730, año que aparece ya por primera vez en el texto de nuestras reglas, nos concede a los Religiosos Pasionistas un lugar en la tarea misionera y evangelizadora de la Iglesia.
Al meditar los misterios de la vida de Cristo, Pablo de la Cruz siente que si hay algo que le rapta y lleva al éxtasis de la contemplación, es precisamente descubrir el amor de Dios hacia la persona humana.
Pablo de la Cruz no era un teólogo especializado, su pensamiento no era un puro conocimiento adquirido por el raciocinio, sino que dimanaba de la plenitud existencial de la fe. Su reflexión estaba íntimamente ligada a la oración. El fruto de esta oración le llevó a considerar una idea bíblica: el primado en Dios es el amor, pues como dice Juan, “Dios es amor”, y todo lo que él actúa corresponde con su esencia, así, si se comunica libremente con los seres humanos e inicia una relación con ellos, es por amor. La Encarnación, por la cual Dios entra en la historia de la humanidad, responde a su deseo de amarnos. Por ello, Pablo intuye que el misterio de la salvación que comienza con la Encarnación y concluye con la muerte en Cruz responde a una sola lógica: el amor que Dios tiene por nosotros.
La Pasión de Jesús es el hecho más convincente del amor de Dios hacia los hombres. De este misterio estaba San Pablo de la Cruz plenamente compenetrado.
Nuestra Congregación
Movido por el Espíritu, Pablo de la Cruz confió a sus hijos la tarea de anunciar el amor de Dios manifestado en la Pasión de Jesús. Tarea que la Iglesia, con su autoridad suprema ha aprobado y reconocido. Para llevar adelante esta misión, los Pasionistas nos reunimos en comunidades apostólicas y trabajamos para que el Reino de Dios se haga visible en nuestro mundo. Confiados en la ayuda de Dios, queremos permanecer fieles al espíritu evangélico y al patrimonio del Fundador, a pesar de las limitaciones humanas (Cfr. Constituciones de la Congregación Pasionista, No. 2).