Solemne conmemoración de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Viernes anterior al miércoles de Ceniza
Fiesta Titular de la Congregación
Nuestro santo Padre, en carta de 27 de septiembre de 1758, pedía a algunos religiosos que compusieran el Oficio de la Solemnidad de la Pasión. El padre Tomás Struzzieri fue quien redactó el texto. El deseo de Clemente XIV de extender esta celebración a toda la Iglesia hizo que se retrasara la aprobación de los textos, la cual no tuvo lugar hasta después de la muerte de nuestro santo Padre, el 10 de enero de 1776.
Esta fiesta tiene presente todo el misterio de la Pasión, en su dimensión más amplia, para dar a la celebración el carácter de universalidad de los dolores que Cristo sufrió para cumplir la voluntad del Padre. Esta celebración tiene tres finalidades:
1. Celebrar la intervención salvífica de Dios Padre, que envió a su único Hijo para completar nuestra redención con su muerte en cruz.
2. Ayudarnos a mantener continua memoria de esta suprema prueba de amor.
3. Impulsarnos a ser testigos y cooperadores para que todos los hombres reciban los frutos de la redención.
Esta solemnidad litúrgica, que en la ofrenda del sacrificio eucarístico actúa y celebra «la obra más grande del divino amor» (Lett. II, 499), expresa y testimonia la comunión de la Congregación de la Pasión con el misterio de la pasión del Señor.
La Oración de Jesús en el Huerto
Martes anterior al Miércoles de Ceniza
La liturgia de la Oración de Jesús en el huerto de Getsemaní fue compuesta alrededor del año 1775. En nuestra Congregación fue introducida en 1828. En esta memoria Jesús es presentado como ejemplo y fuente de nuestra oración, para resistir al maligno y, sobre todo, para cumplir, incluso con heroísmo, la voluntad del Padre.
El misterio de la pasión de Cristo, como «causa de salvación eterna» (Hb 5, 9), y ofrenda al Padre como mediador: «A gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas» (Hb 5, 7), y como sacrificio: «Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre» (Lc 22, 44), son los dos caminos que Jesucristo nos ofrece para asociarnos a Él en la redención del mundo.
Las llagas gloriosas de nuestro Señor Jesucristo
Viernes después del II Domingo de Pascua
La celebración de las Llagas gloriosas de Jesucristo es una recapitulación del misterio pascual: muerte, resurrección y ascensión al cielo, y debe ayudarnos a contemplar a Cristo en su identidad, «muerto, resucitado, que está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros» (Rm 8, 34; Hb 7, 25).
En las Llagas, conservadas por Cristo en la gloria, celebramos al Cordero que ha ofrecido su vida en rescate por todos y es digno de recibir nuestra alabanza (Ap 5, 9-12). El papa Clemente XIV concedió a nuestra Congregación esta celebración el día 15 de enero de 1773.
«Los Pasionistas tenemos el Misterio Pascual como centro de nuestra vida» (Const. 65).
La Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo
1 de julio
En la sangre de la redención está la señal más evidente del amor de Dios: Jesucristo... «nos ha amado y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre» (Ap 1, 5). Nuestro Fundador, que veía a la Congregación inundada por la Sangre de Cristo, escribe: «Quisiera que, de vez en cuando, se sumergiera en aquel baño divino de la Sangre santísima de Jesucristo, que siempre hierve, encendida por los ardores de su infinita caridad. En este baño, vuestra alma se purifica cada vez más y se enriquece con toda virtud» (Lett. III, 64). Esta fiesta, que hasta la reforma litúrgica del Vaticano II se celebraba en toda la Iglesia, forma parte de nuestro calendario propio desde 1773, por ser un misterio unido esencialmente a la «Memoria Passionis».
Nuestra Señora Madre de la Santa Esperanza
9 de julio
La devoción a la Virgen Santísima, bajo la advocación de la Madre de la Santa Esperanza, se desarrolló en la Congregación Pasionista desde sus orígenes. Su principal promotor fue el gran misionero P. Tomas Struzzieri, elevado luego a la dignidad episcopal. En las santas misiones llevaba siempre consigo una imagen de dicha advocación.
Posteriormente, aquella imagen fue reproducida en serie y empezó a ser colocada en las habitaciones de nuestros religiosos, para que dirigieran a ella su mirada, invocándola en sus necesidades espirituales. La Virgen María, Madre de la Santa Esperanza, se convirtió así en modelo singular y firme apoyo de nuestra propia esperanza. La esperanza que la Virgen presenta y a la que llama, es la Cruz que el niño tiene en la mano, como signo de su amor, manifestado a nosotros hasta la muerte de cruz.
La exaltación de la Santa Cruz
14 de septiembre
La cruz, en otro tiempo, signo del más terrible de los suplicios, es para el cristiano el árbol de la vida, el tálamo, el trono, el altar de la nueva alianza. La Iglesia ha nacido de Cristo, nuevo Adán, dormido en la cruz. La cruz es el signo del señorío de Cristo sobre quienes, en el bautismo, han sido configurados a él en la muerte y en la gloria. La cruz es, en la tradición de los Padres, el signo del Hijo del hombre que se manifestará al final de los tiempos.
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que en Oriente es parangonada con la de la Pascua, se une con la Dedicación de las basílicas constantinianas construidas sobre el Gólgota y sobre el sepulcro de Cristo. En los últimos años del Fundador, la Congregación celebraba la fiesta de la Cruz con rito de primera clase, como titular de la Congregación. También ahora, celebrada como fiesta, continúa siendo una de las manifestaciones más significativas de nuestra espiritualidad.
Nuestra Señora de los Dolores
15 de septiembre
“La Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu Hijo” (LG 58), por eso la Iglesia proclama: “Dichosa tú, Virgen María, que, sin morir, mereciste la corona del martirio junto a la cruz del Señor”.
Recogiendo una larga tradición de devoción a la Virgen de los Dolores, el Capítulo General 38 (1964) proclamó a la Virgen Dolorosa Patrona principal de la Congregación, título confirmado por el Papa Pablo VI con Carta Apostólica del 8 de marzo de 1973.
La celebración de esta fiesta ofrece a todos los Pasionistas la oportunidad de vivir con la Madre de los Dolores una participación más profunda en el misterio de la pasión de Cristo y revivir el espíritu de nuestro santo Fundador.
Conmemoración de los religiosos y religiosas difuntos de la familia Pasionista
5 de noviembre
La Iglesia, desde sus orígenes, desarrolló con gran piedad la memoria de los difuntos (LG 50). Nuestro Fundador siguiendo este ejemplo, manifestó una atención muy especial para los religiosos difuntos. En las Reglas prescribía, entre otras cosas: “Exhortamos también a todos los hermanos de la Congregación a que, en alivio de los difuntos, hagan de buen grado cuantas obras de piedad pudieren”. Y las Constituciones prescriben: “Recordemos con afecto y agradecimiento a los hermanos difuntos, ofreciendo por ellos, fiel y caritativamente, los sufragios prescritos por la Autoridad General o Provincial” (Const. 31).
La realidad de la muerte es un estímulo para la Familia Pasionista, para vivir la exhortación paulina: “Quiero conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3, 10-11).
La presentación de la Santísima Virgen María en el templo
21 de noviembre
La Presentación de la Virgen en el Templo, tal como la recuerda la tradición, fue una fiesta muy querida para san Pablo de la Cruz. Le recordaba su propia consagración a Dios en orden a fundar la congregación Pasionista. Quiso también que la primera casa de la congregación, erigida en el monte Argentaro, lo mismo que el primer monasterio de monjas Pasionistas, fundado en Tarquinia, estuvieran bajo la advocación de la Presentación de María.
La misa celebra el misericordioso designio por el que Dios hizo a la Virgen María, su humilde esclava, madre de Cristo y asociada a él: “aceptando la palabra divina fue hecha madre de Jesús y, abrazando la voluntad salvadora de Dios, se consagró totalmente, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención” (LG 56). En íntima conexión con las enseñanzas del Evangelio, la misa celebra, también a María, la humilde esclava, elevada a la dignidad real: a la que “sirvió mucho a Cristo” (Pf), Dios Padre la ha honrado mucho (Pf, Jn 12, 26).
Martes a Viernes
de 10:00 a.m. a 01:00 p.m.
de 05:00 a.m. a 07:00 p.m.
Para el registro de intenciones para las Eucaristías, es necesario presentarse personalmente en la Oficina.
Vía telefónica no se aceptan solicitudes.